Catalina de Aragón (Perfil biográfico)

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CATALINA DE ARAGÓN

(Alcalá de Henares, 1485 – Kimbolton Castle, 1536)

Catalina de Aragón, la hija menor de los Reyes Católicos y hermana de Juana «la Loca», es posiblemente una de las reinas más conocidas de la Historia de Inglaterra. Primera esposa de Enrique VIII, cuya férrea obstinación quizá cambió el rumbo de la historia del país.

María Doyle Kennedy, la actriz que interpretó el papel de Catalina de Aragón en la serie Los Tudors (2007-10)

María Doyle Kennedy, la actriz

que interpretó el papel de

Catalina de Aragón en la serie

Los Tudors (2007-10)

Desde el nacimiento estuvo predestinada a ser reina, como el resto de sus hermanos, y desde los dos años comprometida  con el heredero de la corona inglesa. Creció, se educó, vivió y luchó en pos de este objetivo. Su infancia debió ser un viaje continuo de idas y venidas, ya que la corte de sus padres era itinerante, lo que equivalía a trasladar a toda la corte y su avituallamiento cada pocos meses, y esto hizo que viviera en trece ciudades distintas en sus dieciséis años que vivió en la Península.

Empezó a escribir y leer a los seis años, un año antes de lo normal, convirtiéndose en una de las mujeres más doctas, educadas e inteligentes de su tiempo. Su madre puso todo su empeño en que sus hijos e hijas recibieran una educación humanista y refinada, cosa poco común en la época, en la que la educación de las mujeres ni se tenía en consideración. La infanta no solo tejía y cosía, sino también dominaba la cetrería, la hípica y la caza. Además, entendía de música y danza, y todo antes de los treces años. Tres años después, hablaba francés y latín y comenzaba su estudio del inglés. Tal fue su inteligencia y lo adelantada a su tiempo que llegó a convertirse en embajadora de su propio padre, Fernando el Católico, utilizando hasta el código diplomático imperante entonces, y a comandar el ejército de su marido Enrique contra los escoceses cuando éste se encontraba combatiendo en Francia. ¡Ella, una mujer con tales prerrogativas de poder!

En 1501, con tal solo dieciséis años, abandonó la Alhambra y cruzó toda la península para tomar un barco que la llevó a su nuevo país. Dejaba atrás una tierra seca, soleada y exótica, para llegar a una tierra fría, húmeda y desconocida, lleno de interminables bosques y pantanos. En Laredo (A Coruña) tomó el barco que le llevó a su nuevo hogar en un atardecer de septiembre. Los colores naranjas y ocres debieron crear una atmósfera de terrible mezcolanza entre el maravilloso paisaje y la melancolía, así como una creciente incertidumbre de que quizás estuviera viendo su patria por última vez.

Tras un viaje tormentoso, del cual creía que no saldría con vida, fue recibida en Londres con atronador jubilo. Aunque el choque de culturas debió ser grande y contradictorio. Por un lado le debió impresionar, a una mujer tan fervorosa como era, una ciudad tan salpicada de agujas de iglesia, una de las ciudades -Londres- que más tenía en toda Europa, pero por otro lado una de las más pobladas y sucias.

Después de la boda y la marcha de su séquito castellano, sin saber más allá de unas pocas frases en inglés, Catalina encontró refugio en la soberbia y magnífica biblioteca de su suegro, donde se protegían los mejores manuscritos y libros de los húmedos y oscuros inviernos ingleses de antaño. Lugar donde debió encontrar algo de luz que le hizo sobrellevar su expatriación y las posteriores dificultades de la vida.

La feliz convivencia de matrimonio, sin embargo, llegó pronto a su fin. Su marido, Arturo Tudor, moría seis meses después de casarse. Su objetivo en la vida quedaba interrumpido y ella, por primera vez, se quedaba sin futuro. ¿Qué hacer cuando para lo que te habías preparado toda la vida desaparece? Pasó nueve años de incertidumbre, siendo objeto de la estrategia política de su padre, sin a penas dinero para sustentarse -hay fuentes que hablan que llegó a vender sus joyas para poder alimentarse: comida y libros-, y aislada del mundo hasta que tuvo un inglés fluido. Este periodo de viudedad se caracterizó básicamente en leer y rezar.

Finalmente un nuevo acuerdo llegó: Catalina se casaría con el hermano de su difunto marido: Enrique; entonces él tenía 11 años y ella 17. Aunque hasta que éste se cumplió, el acuerdo se tambaleó constantemente, debido a la cambiante política internacional europea. Esta circunstancia añadida a su vena melodramática -dada a exagerar-, a su personalidad testaruda, a su honda preocupación por su dignidad y su correcta obediencia a Dios y a sus padres, la llevó a enfermar constantemente.

Estatua de Catalina, instalada en Alcalá de Henares, lugar de nacimiento de la reina, en 1985 en conmemoración de su quinto centenario de su nacimiento.

Estatua de Catalina, instalada en

Alcalá de Henares, lugar de

nacimiento de la reina, en 1985

en conmemoración de su quinto

centenario de su nacimiento.

Pero tras unos primeros meses felices, el desencanto y la decepción ensombrecieron de nuevo su matrimonio. Enrique VIII, por muy feliz que estuviera con su mujer, no podía evitar tener ojos para otras mujeres. El matrimonio, y por ende su reinado, fue perdiendo lustro a medida que Catalina era incapaz de dar un heredero; a pesar de tener una hija, María, la única descendiente del matrimonio. El objetivo de su matrimonio, unir España e Inglaterra por la sangre siguió siendo un fracaso y ella siguió cumpliendo años. Toda la nación, desde el más alto dignatario hasta el campesino más humilde deseaba a un varón, incluso el resto de cortes europeas se inquietaban ante la vacante al trono inglés.

Aunque la vida privada se fue complicando, a Catalina solo le bastó unos pocos años de reinado para ganarse el corazón de todo el pueblo inglés. Había comandado un ejército con excelentes resultados, cumplía con sus deberes caritativos con tal entusiasmo que más tarde se vio acusada de comprar el cariño de los ingleses.

Los años pasaron y, aunque en 1520 la reina ya poseía 35 años, su complexión seguía siendo hermoso, pero su atractivo iba quedando atrás. Mientras que el rey, más joven y con una figura aún fuerte y viril seguía levantando pasiones en la corte. Aunque Catalina siempre había mirado a otro lado en los devaneos de su esposo, llego un punto en que ya no pudo contener la exasperación y protestó cuando Enrique empezó a exhibir públicamente a sus descendientes ilegítimos y a concederles cargos y privilegios, poniendo en peligro la posición de María, su hija legitima y entonces única heredera al trono inglés. Para suavizar esta furia, Enrique tomo una medida que la premiaba y la castigaba al mismo tiempo: dio el título de Princesa de Galés a su hija María, lo que equivalía, sin embargo, a alejarse de su madre para ir a vivir a Galés. De esta forma, Catalina tuvo que despedirse de su única hija.

Pero lo peor aún estaba por llegar. En 1527 se produjo, por primera vez en la historia, un juicio a un rey. Este juicio, que desde el principio fue una falsa, acusaba al rey de haber cometido un pecado terrible: vivir ilícitamente con la mujer de su hermano; por tanto, su alma corría peligro. Y el hecho de no tener un varón heredero era la prueba de que Dios estaba disconforme. Esta fue la excusa, y la culpable: Catalina. Aquí comenzó una batalla que duraría seis largos años, y cuya victoria final requirió medidas drásticas que cambiaron el curso de la historia del país, y posiblemente del mundo. Enrique batalló por conseguir la nulidad de su matrimonio y Catalina por demostrar que ella había sido y era la esposa perfecta y ejemplar, pero sobre todo para que su hija no fuera declarada ilegitima, y perdiera el trono inglés.

Al parecer, todo se debió a que Enrique se encaprichó de una de las damas de la reina, una tal Ana Bolena. Al principio Catalina pensaba que sería otra amante más. Pero ésta resultó ser más inteligente y más astuta que las anteriores. Ésta no se dejó abrir de piernas tan fácilmente. Si el rey la quería suya sería tras el matrimonio. Quizá si Ana Bolena hubiera sucumbido como las demás, nada hubiera ocurrido. Pero Enrique recibió un no por respuesta, y el hecho de no poder tenerla, le obsesionó hasta límites desmesurados.

Catalina obedeció a su marido y esperó las decisiones de hombres importantes (en su caso, sus aliados: su sobrino el emperador y el Papa de Roma). Pero con el paso del tiempo, la decisión se fue dilatando y nadie quería pronunciarse. Enrique se trajo a su amante a la corte, provocando tensiones a pesar de que la reina seguía mostrándose como una esposa ejemplar. Todo se había quedado en un punto muerto, hasta que finalmente la reina fue apartada y llevada a un castillo a las afueras de Londres. Poco a poco se fue quedando sin apoyos. Pero algo seguía teniendo claro: si debía morir por sus creencias, por conservar su honor y su dignidad, estaba dispuesta a ello.

Cuando todo parecía que el asunto se iba a dilatar hasta el fin de los tiempos, Enrique resolvió dar el golpe definitivo: empezó a presionar a los obispos ingleses para que lo reconocieran como “líder supremo” de la Iglesia de Inglaterra. Si el Papa no le daba la nulidad matrimonial, él mismo se la daría. Y así comenzó la creación de una nueva iglesia, separada del seno romano, cuya cabeza sería el rey.

La situación de la reina se agravó. Tenía ya cuarenta y cinco años, se había pasado dos terceras de partes de su vida en un país extranjero, casada con Enrique durante veintidós años. Sus aliados cayeron definitivamente. Había podido disfrutar de la compañía de su hija durante dos años idílicos, pero Enrique las volvió a separar como castigo a los desafíos de su mujer. Nunca más volverían a verse. Catalina obedecía sumisamente a su marido y aceptaba todos los castigos que éste le imponía. Si ordenaba que la quemaran en la hoguera obedecería. Y ese fue el desafío definitivo: si Enrique quería convertirla en mártir, podía hacerlo. Estaba dispuesta a arder. O reina o muerte. Solo Dios podía arrebatarle el título. Eso sí, seguía teniendo el apoyo unánime del pueblo llano. Fastidiando aún más a Enrique, que tuvo que aplicar mano dura.

Finalmente Enrique se casó con Ana Bolena bajo un absoluto secretismo, cuando ella ya estaba en el tercer mes de embarazo. Catalina seguía empeñada en no renunciar: «si no podía vivir como reina lo haría como vagabunda, pero siempre seguiría siendo la Reina de Inglaterra», espetó finalmente.  El parlamento inglés declaró que Catalina jamás había estado casada con el rey y automáticamente proclamaron reina a Ana Bolena. Todo aquel que visitara a la “princesa viuda”, como la intitularon desde entonces, o la llamara “reina” serían perseguidos.

Tantas disputas, tanto sufrimiento para todo el reino -y parte de Europa- con el único objetivo de conseguir un varón heredero para que finalmente Ana Bolena acabará teniendo también una niña. Inglaterra seguía sin tener un heredero. Mientras Catalina se preparaba para la muerte, dispuesta a llevarse a su hija con ella. Serían mártires juntas. María que entonces tenía 17 años, y había heredado la obstinación y la dignidad regia de su madre y de su abuela Isabel, estaba dispuesta también a luchar por el título que le habían sido arrebatado.

Aún vivía Catalina cuando Enrique dejó de hablar con su segunda esposa y viró su atención hacia una nueva mujer, que ironías de la vida, había sido dama de honor de la castellana y jugaría al mismo juego que la Bolena. Lo que no pudo ver Catalina fue que, seis meses después de su muerte, Ana la seguiría al otro lado tras ser acusada de alta traición. Empezaba a crearse consecuencias si no se era capaz de traer un hijo varón a este mundo.

Ubicación actual de su tumba en la catedral de Peterborough (condado de Cambridgeshire)

Ubicación actual de su tumba en la catedral de Peterborough

(condado de Cambridgeshire)

En los últimos días de vida, Catalina comenzó a tener remordimientos. Le atormentaba la idea de que hombres buenos hubiesen podido morir por su obstinación: en realidad murieron cientos al negarse a jurar la Ley de Sucesión -más por un deseo de no separarse de Roma que por Catalina-. Pero, al menos, le consoló la visita secreta de su amiga María de Salinas, la amiga que la había acompañado en su tormentoso viaje por mar cuarenta años antes. Demostró ser la amiga más íntima y leal. Una semana después recibió su última comunión y rezó hasta que aspiró el 7 de enero de 1536 a los 59 años de edad. La reina castellana de Enrique había muerto, todavía encausada por si había sido o no una buena reina para un país que había sido vil con ella.

La muerte, tan deseada ya por todos, no cerró heridas. Más al contrario, confirmó el fin del primer acto de la violenta reforma inglesa. La sangrienta separación de Roma, que en su día había pronosticado Catalina cuando pedía ayuda al pontífice, se mostró imparable, a pesar de los esfuerzos de María, que al final y a pesar de todo, llegó a ser reina de Inglaterra.

Bibliografía:

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